FUNCIONES Y GOBIERNO

DE LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS

Documento presentado el 21 de abril en el Círculo de Economía por su presidente, Carles Trusquets; el rector de la Universidad de Barcelona, Antoni Caparrós; el presidente de su consejo social, Josep Maria Puigsalellas, y uno de sus autores, el antiguo presidente del INI Jordi Mercader. Su contenido es el resultado de las propuestas de dos comisiones creadas expresamente para elaborarlo; su finalidad es que sirva de base para el debate que tendrá lugar el día 6 de mayo en las jornadas que organizan la Fundación Bosch i Gimpera y Círculo de Economía.
En su elaboración han participado, entre otros, el ex rector de la UAB, Josep Maria Vallès, el catedrático de economía de la UB, Joan Tugores; los empresarios Carles Ponsa, Josep Lluís Bonet, Antoni Vila Casas y Francesc Raventos; la secretaria de la Fundación Círculo, Rosa Nonell; el ex rector de la UB y dirigente del proyecto Universidad 2000 del Consejo de Rectores, Josep Maria Bricall; los gerentes de la Politècnica de Catalunya, Francesc Solà, y la Rovira i Virgili, Andreu Morillas, y el vicepresidente de la Fundación Círculo, Ernest Lluch
Las universidades publicas son piezas básicas de nuestra sociedad que requieren dinamismo y flexibilidad para adaptarse –y adelantarse, en lo posible- a los cambios que nos rodean. Necesitamos universidades públicas, dotadas de un buen sistema de gobierno y con los medios suficientes para crear, producir y difundir el conocimiento, tanto el científico y humanístico como el tecnológico. Necesitamos universidades para formar hoy y mañana de manera permanente a nuestros conciudadanos y conciudadanas, con el fin de que puedan desarrollar una tarea que les permita conseguir una calidad de vida digna, dentro del marco de una sociedad justa y de progreso.

Estas necesidades nos llevan a plantearnos una serie de interrogantes sobre las actuales funciones de las universidades publicas y su sistema de gobierno y a realizar unas propuestas de actuación para cada una de ellas, así como a analizar , conjuntamente, la estrategia de reforma.

Ahora bien, nuestras reflexiones deben inscribirse en el concepto de autonomía universitaria. La autonomía universitaria es una protección conferida a una institución de interés publico, que no puede quedar sujeta a las imposiciones de autoridades políticas, ni a hipotecas de poderes económicos o ideológicos. Pero tampoco puede ser identificada con un autogobierno estamental, o del profesorado, supeditado a la servidumbre de los intereses "gremiales" de docentes, estudiantes y empleados. La autonomía no tiene sentido por sí misma como si fuese un derecho absoluto: su justificación es exclusivamente la de ofrecer un mejor servicio a la sociedad.

Esta autonomía universitaria debe ser el resultado de un equilibrio –ciertamente complicado- entre:

Una propuesta de reforma de las funciones y el gobierno de la universidad, como la que se apunta en esta reflexión, pretendería corregir la situación actual y dar una mayor entrada a la representación del interés público en su conjunto, sin identificarlo exclusivamente con las representaciones políticas, ni corporativas (empresariales, sindicales, culturales, etc.)

Ahora bien, una visión realista de la situación no puede ignorar la ausencia en nuestro país de una tradición de mentalidad "pública" y la limitada presencia de personas dispuestas a prestar dedicación y tiempo a tareas de interés colectivo y a comprometer en ello su responsabilidad. Pero un esfuerzo para reclutarlas y llevarlas (con los incentivos correspondientes) a participar en el gobierno de la universidad y en el desarrollo de sus funciones, podría tener también una repercusión favorable no sólo en las universidades, sino también en otras instituciones y administraciones que tengan problemas similares.

I. Funciones de la universidad

El modelo universitario ha experimentado un cambio significativo en los últimos años, tanto en docencia como en investigación. Su crecimiento cuantitativo ha sido muy importante. De hecho, hemos pasado de una insuficiente oferta de plazas, que ha durado muchos años, a una nueva situación muy diferente en la que empiezan a quedar vacantes. También se ha producido un cambio, más cualitativo, respecto a su capacidad investigadora y en cuanto a la producción de nuevos conocimientos. Esta cualidad está avalada por la plena incorporación de un número creciente de investigadores universitarios a la comunidad científica internacional, participando en equipos transnacionales de investigación y publicando en las revistas más prestigiosas de cada especialidad.

En este contexto, las grandes universidades públicas se han visto afectadas, principalmente, por dos disfuncionalidades consecuencia de la política universitaria: el estancamiento presupuestario y el aumento de la competencia entre universidades. En cuanto al crecimiento negativo de los presupuestos se ha de tener en cuenta que las inversiones públicas que han recibido, sobre todo en los últimos años, se han destinado a equipamiento y no a gasto corriente. Esta realidad nos lleva a reflexionar sobre la viabilidad del mantenimiento de los nuevos equipos e infraestructuras creadas, y a la percepción de que la mejora de cualidad se consigue precisamente por el aumento del gasto corriente.

En segundo lugar, el fuerte crecimiento cuantitativo de las universidades en los últimos años, plantea un problema de adecuación a las necesidades de la sociedad. Los criterios de territorialidad aplicados hasta ahora, no han sido sinónimo de cualidad, aunque se ha introducido una competencia deseada. Pero estos cambios no son suficientes. Posiblemente sea este el momento de aceptar que no todas las enseñanzas actuales son sostenibles en todo el territorio catalán y que necesitan una concentración determinada.

Al mismo tiempo, existen una serie de disfuncionalidades propias de las universidades que deben ser objeto de reflexión:

La primera función de la universidad es la formación no solamente de sus estudiantes, sino también la transmisión de sus posiciones a la sociedad. Esto quiere decir que hay que enseñar a aprender y, a su vez, aprender a enseñar, esto afecta tanto a los usuarios del servicio como a los docentes del sistema. En este sentido, respecto a su capacidad formadora y de gestión de su conocimiento, deben destacarse las siguientes situaciones que merecen una reflexión: La segunda función de la universidad es producir conocimientos, es decir, investigar. Esta función supone, en primer lugar, tener capacidad para producir nuevos conocimientos innovadores y, en segundo lugar, dotarse de un profesorado con capacidad para competir en este campo. En los últimos años la capacidad investigadora de la universidad ha mejorado substancialmente. Así, los cambios internos son apreciables tanto en el campo de la investigación básica como en la capacidad de su capital humano para llevar a cabo esta investigación básica. No obstante, debemos destacar: La tercera y última función, es la social. La relación sociedad-universidad no puede ser contemplada hoy como hacíamos una generación atrás. Ni entonces, ni actualmente, ha sido demasiado intensa la preocupación de los dirigentes políticos o económicos por las actividades universitarias, de las cuales, a menudo, han desconocido datos elementales tanto en lo referente a su actividad, como a su organización. Para orientar esta relación de acuerdo con lo que nuestra sociedad pide, es indispensable seguir ampliando el intercambio de información entre universidades, responsables políticos y dirigentes sociales y económicos.
Propuestas de reforma
Como principio básico de reforma, se ha de trabajar en condiciones de competencia universitaria y encontrar para cada institución un lugar apropiado en el actual sistema universitario. Actualmente no existe un único modelo de universidad.

Hay que admitir –desde un punto de vista de eficiencia social- que no todas las universidades deben ofrecer el mismo producto, sino que son necesarias la especialización y adecuación de sus organizaciones a determinados roles y objetivos, que siempre se establecen en función de una mejora de su calidad. Por ejemplo, hemos de aceptar que no tiene sentido mantener determinadas especialidades –en docencia y/o en investigación- si una universidad no tiene la demanda o la masa crítica necesaria para operar con la calidad conveniente. Sería entonces mejor incentivar estrategias de "reconversión" y de concentración que distribuyan con mayor eficacia en el territorio la prestación de cada actividad.

Ahora bien, las universidades han hecho avances significativos en los aspectos básicos de sus funciones dotándose de los medios adecuados para tener capacidad investigadora y docente de calidad y abrirse a la sociedad. Ahora tienen delante una serie de retos que han de formar parte de su estrategia de futuro.

II. El gobierno de la universidad

El actual sistema de gobierno de las universidades públicas se caracteriza por la uniformidad –todas han de seguir el mismo sistema- y por una representación estamental de los tres colectivos implicados –profesores, estudiantes y personal no académico- en todos los órganos de decisión. Sus órganos directivos actúan (en buena parte) de forma colegiada, con solapamiento de funciones de sus órganos de gobierno y con un constante y complejo ciclo de nombramiento de cargos.

En términos generales y teniendo en cuenta estas características, es posible hacer una serie de afirmaciones que afectan a todas (o a la mayoría) de las universidades y su modelo de gobierno:

Propuestas de reforma
Si este diagnostico es correcto –como mínimo en sus líneas generales- las propuestas de reforma deberían consistir en: III. Estrategias de reforma delante de las nuevas funciones y el modelo de gobierno

Es muy improbable –si no es a largo plazo- la autoreforma de los Estatutos actuales por parte de los mismos Claustros universitarios. El procedimiento actual de reforma es muy complejo y la facilidad para constituir mayorías de obstrucción impide una renovación a fondo del sistema. De todas formas, tampoco es recomendable legislar de forma general –ya sea desde el Parlamento catalán o desde el Parlamento español- en todas las universidades. Esta es la equivocación tradicional de las culturas latinas, que todo lo quieren resolver con grandes reformas legales que después sólo se cumplen muy parcialmente.

Por tanto, una vía alternativa sería explorar la posibilidad de dictar una norma "de exención" de la actual normativa, para aquellas universidades que estuviesen de acuerdo en negociar con la administración de tutela, la puesta en marcha experimental de un sistema de gobierno inspirado en las propuestas de reforma mencionadas en el apartado anterior.

Esta negociación debería incorporar incentivos positivos de importancia, para estimular la disponibilidad de las universidades a aceptar este cambio experimental o, en otros términos, para encontrar complicidades internas y superar resistencias. Únicamente si el experimento funcionase positivamente durante un período determinado y después de establecer las correcciones oportunas, se podría pensar en legislar para todo el sistema universitario público en conjunto.

Conviene añadir una observación que afecta la fuerte normatización de la vida universitaria. Una característica de la organización universitaria es el estatuto funcionarial del profesorado (y de buena parte del PAS). Debemos plantearnos si no es necesaria una revisión de esta característica paralela a la reforma del sistema de gobierno, para dar más contenido a las funciones que tiene delante. De no hacerlo, se corre el riesgo de que la reforma quede nuevamente desfigurada si el estatuto de funcionario del profesorado –concebido en principio como una protección de su libertad científica- es utilizado como un instrumento de resistencia a la adaptación de la institución a las nuevas necesidades sociales.

IV. Conclusión

La educación superior ha de seguir siendo una prioridad de las políticas públicas ya que es un elemento básico de competitividad. Por eso es necesario que los representantes políticos y la sociedad tengan un mejor conocimiento del mundo universitario y de sus posibilidades de suministrar una oferta de cualidad. Estas consideraciones nos llevan a plantear la necesidad de trabajar con un sistema de universidades, antes que con la suma de las mismas. Se trata de trabajar con criterios de reestructuración de las actuales organizaciones que nos permitan adecuarlas continuamente a los cambios que nos rodean. Es necesario introducir flexibilidad en las organizaciones universitarias, desnormatizar la vida académica y apostar por un nuevo sistema de gobierno.

No podemos dejar pasar la oportunidad que tenemos delante y hemos de apostar fuertemente por estas funciones y por un modelo de gobierno más flexible y adaptable. Pero hemos de valorar adecuadamente las estrategias de reforma y las situaciones que se generan a consecuencia de la autonomía universitaria. Hay que prever el coste de la reforma y establecer los mecanismos e incentivos para la transición.

La sociedad y el mundo universitario pueden estar dispuestos a soportar esfuerzos si se plantean adecuadamente las contrapartidas. Hay mucho que hacer y debe plantearse con imaginación y voluntad social el hecho de que estas propuestas se lleven a cabo.
 


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