FUNCIONES Y GOBIERNO
DE LAS UNIVERSIDADES PÚBLICAS
Documento presentado el 21 de abril en
el Círculo de Economía por su presidente, Carles Trusquets;
el rector de la Universidad de Barcelona, Antoni Caparrós; el presidente
de su consejo social, Josep Maria Puigsalellas, y uno de sus autores, el
antiguo presidente del INI Jordi Mercader. Su contenido es el resultado
de las propuestas de dos comisiones creadas expresamente para elaborarlo;
su finalidad es que sirva de base para el debate que tendrá lugar
el día 6 de mayo en las jornadas que organizan la Fundación
Bosch i Gimpera y Círculo de Economía.
En su elaboración han participado, entre
otros, el ex rector de la UAB, Josep Maria Vallès, el catedrático
de economía de la UB, Joan Tugores; los empresarios Carles Ponsa,
Josep Lluís Bonet, Antoni Vila Casas y Francesc Raventos; la secretaria
de la Fundación Círculo, Rosa Nonell; el ex rector de la
UB y dirigente del proyecto Universidad 2000 del Consejo de Rectores, Josep
Maria Bricall; los gerentes de la Politècnica de Catalunya, Francesc
Solà, y la Rovira i Virgili, Andreu Morillas, y el vicepresidente
de la Fundación Círculo, Ernest Lluch
Las universidades publicas son piezas básicas
de nuestra sociedad que requieren dinamismo y flexibilidad para adaptarse
–y adelantarse, en lo posible- a los cambios que nos rodean. Necesitamos
universidades públicas, dotadas de un buen sistema de gobierno y
con los medios suficientes para crear, producir y difundir el conocimiento,
tanto el científico y humanístico como el tecnológico.
Necesitamos universidades para formar hoy y mañana de manera permanente
a nuestros conciudadanos y conciudadanas, con el fin de que puedan desarrollar
una tarea que les permita conseguir una calidad de vida digna, dentro del
marco de una sociedad justa y de progreso.
Estas necesidades nos llevan a plantearnos una serie
de interrogantes sobre las actuales funciones de las universidades publicas
y su sistema de gobierno y a realizar unas propuestas de actuación
para cada una de ellas, así como a analizar , conjuntamente, la
estrategia de reforma.
Ahora bien, nuestras reflexiones deben inscribirse
en el concepto de autonomía universitaria. La autonomía
universitaria es una protección conferida a una institución
de interés publico, que no puede quedar sujeta a las imposiciones
de autoridades políticas, ni a hipotecas de poderes económicos
o ideológicos. Pero tampoco puede ser identificada con un autogobierno
estamental, o del profesorado, supeditado a la servidumbre de los intereses
"gremiales" de docentes, estudiantes y empleados. La autonomía no
tiene sentido por sí misma como si fuese un derecho absoluto: su
justificación es exclusivamente la de ofrecer un mejor servicio
a la sociedad.
Esta autonomía universitaria debe ser el
resultado de un equilibrio –ciertamente complicado- entre:
-
la influencia de las autoridades políticas
que financian la parte fundamental del coste del servicio y que pueden
querer convertirla en un instrumento partidista;
-
la presencia de determinados poderes económicos
o ideológicos interesados en las actividades de la institución
universitaria y tentados por la idea de ponerla a su exclusivo servicio.
-
la intervención de sus operadores directos
(profesores y personal no docente, cada uno en sus funciones) y de sus
usuarios (estudiantes), inclinados a confundir los objetivos de la
institución con los objetivos parciales de su grupo correspondiente.
Una propuesta de reforma de las funciones y el gobierno
de la universidad, como la que se apunta en esta reflexión,
pretendería
corregir la situación actual y dar una mayor entrada a la representación
del interés público en su conjunto, sin identificarlo
exclusivamente con las representaciones políticas, ni corporativas
(empresariales, sindicales, culturales, etc.)
Ahora bien, una visión realista de la situación
no puede ignorar la ausencia en nuestro país de una tradición
de mentalidad "pública" y la limitada presencia de personas dispuestas
a prestar dedicación y tiempo a tareas de interés colectivo
y a comprometer en ello su responsabilidad. Pero un esfuerzo para reclutarlas
y llevarlas (con los incentivos correspondientes) a participar en el gobierno
de la universidad y en el desarrollo de sus funciones, podría tener
también una repercusión favorable no sólo en las universidades,
sino también en otras instituciones y administraciones que tengan
problemas similares.
I. Funciones de la universidad
El modelo universitario ha experimentado un cambio
significativo en los últimos años, tanto en docencia como
en investigación. Su crecimiento cuantitativo ha sido muy importante.
De hecho, hemos pasado de una insuficiente oferta de plazas, que ha durado
muchos años, a una nueva situación muy diferente en la que
empiezan a quedar vacantes. También se ha producido un cambio, más
cualitativo, respecto a su capacidad investigadora y en cuanto a la producción
de nuevos conocimientos. Esta cualidad está avalada por la plena
incorporación de un número creciente de investigadores universitarios
a la comunidad científica internacional, participando en equipos
transnacionales de investigación y publicando en las revistas más
prestigiosas de cada especialidad.
En este contexto, las grandes universidades públicas
se han visto afectadas, principalmente, por dos disfuncionalidades
consecuencia de la política universitaria: el estancamiento
presupuestario y el aumento de la competencia entre universidades. En cuanto
al crecimiento negativo de los presupuestos se ha de tener en cuenta
que las inversiones públicas que han recibido, sobre todo
en los últimos años, se han destinado a equipamiento y
no a gasto corriente. Esta realidad nos lleva a reflexionar sobre la
viabilidad del mantenimiento de los nuevos equipos e infraestructuras creadas,
y a la percepción de que la mejora de cualidad se consigue precisamente
por el aumento del gasto corriente.
En segundo lugar, el fuerte crecimiento cuantitativo
de las universidades en los últimos años, plantea un problema
de adecuación a las necesidades de la sociedad. Los criterios
de territorialidad aplicados hasta ahora, no han sido sinónimo de
cualidad, aunque se ha introducido una competencia deseada. Pero estos
cambios no son suficientes. Posiblemente sea este el momento de aceptar
que no todas las enseñanzas actuales son sostenibles en todo el
territorio catalán y que necesitan una concentración determinada.
Al mismo tiempo, existen una serie de disfuncionalidades
propias de las universidades que deben ser objeto de reflexión:
-
Parece que no todas las universidades públicas
han
adoptado ya una orientación estratégica en sus proyectos,
y que tampoco disponen de indicadores que permitan controlar la eficiencia.
En este sentido, se observa una cierta falta de elementos de control y
de planificación a largo plazo, que permitan dar a la sociedad y,
a la vez, a las instituciones políticas, elementos de valoración
externa y contrastar la situación y evolución de cada universidad.
-
Es necesario reforzar y complementar los mecanismos
de valoración y posicionamiento relativo, para poder contar con
un referente externo que establezca los indicadores de cualidad adecuados.
Se necesita una adecuada información sobre nuestras universidades
y su posición relativa frente al resto del sistema y de su entorno
europeo. Valorar la excelencia universitaria y obtener la posición
relativa, es imprescindible para desarrollar el futuro y es muy adecuado
para realizar la planificación estratégica de las universidades.
La primera función de la universidad es la formación
no solamente de sus estudiantes, sino también la transmisión
de sus posiciones a la sociedad. Esto quiere decir que hay que enseñar
a aprender y, a su vez, aprender a enseñar, esto afecta tanto a
los usuarios del servicio como a los docentes del sistema. En este sentido,
respecto a su capacidad formadora y de gestión de su conocimiento,
deben destacarse las siguientes situaciones que merecen una reflexión:
-
La gestión del conocimiento de la propia
universidad y del sistema de formación es todavía demasiado
rígida. Así pues, es difícil que pueda responder
a necesidades futuras. Hay que tener capacidad para producir un plus
de calidad docente que rompa con la uniformidad y masificación
en el trato con el estudiante y que introduzca cada vez más herramientas
de tutoría y atención personalizada para aprovechar toda
la potencialidad del estudiante. Por ejemplo, aún no se utilizan
suficientemente –por falta de recursos o por rutina- todas las tecnologías
de la información actualmente disponibles, para la vertiente
docente.
-
Las actuales estructuras organizativas universitarias
pueden resultar del todo ineficaces y rígidas para llevar adelante
la tarea de capturar el conocimiento. Teniendo en cuenta que muchas veces
este conocimiento propio tiene mucho más que ver con una forma de
trabajar y de transmitir el conocimiento. ¿Cómo se captura
por si mismo el conocimiento que genera la universidad y que está
inmerso en el propio cuerpo docente e investigador? ¿Cómo
se transmite adecuadamente a los estudiantes y a la sociedad en su conjunto?
Estas preguntas siempre serán difíciles de resolver, pero
es cierto que han de ser planteadas como objetivos a alcanzar.
La segunda función de la universidad es producir
conocimientos, es decir, investigar. Esta función supone, en primer
lugar, tener capacidad para producir nuevos conocimientos innovadores y,
en segundo lugar, dotarse de un profesorado con capacidad para competir
en este campo. En los últimos años la capacidad investigadora
de la universidad ha mejorado substancialmente. Así, los cambios
internos son apreciables tanto en el campo de la investigación básica
como en la capacidad de su capital humano para llevar a cabo esta investigación
básica. No obstante, debemos destacar:
-
El binomio investigación y docencia, que
es la fuerza motriz de la actividad universitaria, no está adecuadamente
ponderado, ni en términos institucionales ni en individuales.
Y esto tiene una incidencia relevante en la calidad del servicio.
-
Respecto a la investigación básica
se observa, a pesar de todo, una diferencia apreciable entre el desarrollo
de la investigación universitaria en el campo de las ciencias naturales
y en el campo de las ciencias sociales y humanas. Y aún con
esas insuficiencias, se están produciendo avances considerables
en investigaciones médicas, físicas, químicas o de
ingeniería técnica, comparables a las investigaciones de
otros países desarrollados de los cuales la sociedad es consciente
y que, muchas veces, valora y aplica. En cambio, las humanidades y algunas
ciencias sociales reciben mucha menos atención por parte de la sociedad
y de las administraciones y, en consecuencia, obtienen recursos muy inferiores
para su despliegue: esto puede explicar que sus resultados sean menos perceptibles
en el conjunto de la producción científica.
-
La conexión entre la investigación
básica y la aplicada sigue presentando problemas significativos.
Falla la conexión con las empresas, debido a los débiles
recursos que éstas dedican a la investigación y desarrollo.
La falta de atención de determinados sectores productivos y de sus
dirigentes a las funciones de R + D, hace menos eficiente la aplicación
de resultados de la investigación universitaria. Es un déficit
en el que deberían concentrarse muchos esfuerzos futuros que
no depende tanto del sistema universitario como de nuestra política
industrial.
La tercera y última función, es la social.
La relación sociedad-universidad no puede ser contemplada hoy como
hacíamos una generación atrás. Ni entonces, ni actualmente,
ha sido demasiado intensa la preocupación de los dirigentes políticos
o económicos por las actividades universitarias, de las cuales,
a menudo, han desconocido datos elementales tanto en lo referente a su
actividad, como a su organización. Para orientar esta relación
de acuerdo con lo que nuestra sociedad pide, es indispensable seguir ampliando
el intercambio de información entre universidades, responsables
políticos y dirigentes sociales y económicos.
-
De entrada, hemos de afirmar que, aún teniendo
en cuenta algunas intervenciones positivas en este campo, ni los gobiernos,
ni los partidos políticos, ni las administraciones se han planteado
a fondo las líneas básicas de lo que debería ser
–en su conjunto- un sistema universitario público, la previsión
de los recursos que necesita y los mecanismos eficientes de control de
su rendimiento.
-
Por su parte, las universidades, a través
de sus instituciones académicas y sociales han de intensificar los
esfuerzos para abrirse al exterior. En este sentido, los Consejos Sociales
pueden ser más activos para estimular las iniciativas que surgen
desde el seno de la universidad. La potenciación de asociaciones
de antiguos alumnos y su incorporación al gobierno universitario
puede constituir una forma de expandir este soporte social a la universidad.
-
Igualmente, las instituciones sociales y económicas
deben esforzarse –junto con la universidad- para definir mejor sus
necesidades de formación e investigación que, a menudo,
no saben expresar con suficiente capacidad de análisis y perspectiva.
Conjuntamente con las universidades, han de establecer mecanismos permanentes
de contacto que permitan esta definición.
-
En esta definición, debe ganar importancia la
idea de formación continuada a lo largo de la vida productiva de
cada persona, más que la adecuación a los puestos de trabajo,
cuyo perfil se modifica cada vez más aceleradamente. Universidades,
empresas y administraciones deben concebir la formación superior
más allá de los títulos de entrada en el mercado de
trabajo y con una visión a largo plazo.
Propuestas de reforma
Como principio básico de reforma, se ha de
trabajar en condiciones de competencia universitaria y encontrar para cada
institución un lugar apropiado en el actual sistema universitario.
Actualmente no existe un único modelo de universidad.
Hay que admitir –desde un punto de vista de eficiencia
social- que no todas las universidades deben ofrecer el mismo producto,
sino que son necesarias la especialización y adecuación de
sus organizaciones a determinados roles y objetivos, que siempre se establecen
en función de una mejora de su calidad. Por ejemplo, hemos de aceptar
que no tiene sentido mantener determinadas especialidades –en docencia
y/o en investigación- si una universidad no tiene la demanda o la
masa crítica necesaria para operar con la calidad conveniente. Sería
entonces mejor incentivar estrategias de "reconversión" y de concentración
que distribuyan con mayor eficacia en el territorio la prestación
de cada actividad.
Ahora bien, las universidades han hecho avances significativos
en los aspectos básicos de sus funciones dotándose de los
medios adecuados para tener capacidad investigadora y docente de calidad
y abrirse a la sociedad. Ahora tienen delante una serie de retos que
han de formar parte de su estrategia de futuro.
-
Deberían contar con dos niveles de planificación.
Una planificación estratégica docente y de investigación
general sometido a un control específico y externo, y que permita
ordenar el conjunto universitario. Al mismo tiempo debe establecerse un
plan estratégico específico para cada tipo de enseñanza
que huya de las generalizaciones y que contemple un sistema de incentivos.
En segundo lugar, planes independientes elaborados por cada una de las
universidades.
-
Cada universidad debería fidelizar su usuario
y tenerlo en sus aulas a lo largo de su ciclo vital, apostando por dar
más importancia a la formación permanente. Esta realidad
significa un cambio en el sistema docente, en las metodologías tradicionalmente
utilizadas y en los medios disponibles para impartir la enseñanza.
-
En esta línea, parece útil dotar a la
universidad de más autonomía en el reclutamiento de sus estudiantes
–incentivando la movilidad territorial- y en la definición de sus
planes de estudios, marcando desde instancias externas una serie de objetivos
y de "estándares" básicos a alcanzar.
-
Debe situarse nuevamente la función formadora
en primera línea, encontrando el equilibrio necesario entre investigadores
y formadores. También es necesario que la formación básica
o inicial de los primeros ciclos sea tratada con atención especial
y no despreciada en relación con otros ciclos. También debe
ser más generalista y no prematuramente especializada.
-
Se han de plantear objetivos de calidad formativa y
aceptar sistemas de evaluación y control de la calidad docente que
sean públicos, juntamente con la puesta en marcha de mecanismos
más eficientes de evaluación externa, todos ellos orientados
a la excelencia docente e investigadora.
-
Para gestionar adecuadamente la producción y
difusión del conocimiento, no son de utilidad la rigidez reglamentista
ni el corporativismo intenso de las estructuras de gobierno universitario
porque conducen al estancamiento y al inmovilismo. Por ello, conviene dar
más autonomía y flexibilidad a la gestión interna
de la enseñanza y de la investigación.
-
La selección del personal docente e investigador
debe ser responsabilidad de cada universidad, que debería tener
capacidad y recursos para diferenciar las retribuciones de cada individuo
y sus sistemas de promoción. Sólo así, se podría
crear un "mercado efectivo" de personal universitario, con competencia
entre universidades. Esto significa dotar a la universidad de más
autonomía normativa y financiera.
-
Potenciar la investigación de calidad y muy especializada,
ponderar adecuadamente el sistema de ciencia y tecnología, dotar
de más autonomía a los centros investigadores, establecer
incentivos para la movilidad de investigadores y equipos de investigación
en el seno de la propia comunidad universitaria y gestionar la producción
científica con criterios empresariales.
-
Reforzar los mecanismos de comunicación y de
colaboración permanente entre la sociedad y la comunidad universitaria,
potenciando la tarea de los Consejos Sociales reformados.
II. El gobierno de la universidad
El actual sistema de gobierno de las universidades
públicas se caracteriza por la uniformidad –todas han de
seguir el mismo sistema- y por una representación estamental
de los tres colectivos implicados –profesores, estudiantes y personal no
académico- en todos los órganos de decisión. Sus órganos
directivos actúan (en buena parte) de forma colegiada, con solapamiento
de funciones de sus órganos de gobierno y con un constante
y complejo ciclo de nombramiento de cargos.
En términos generales y teniendo en cuenta
estas características, es posible hacer una serie de afirmaciones
que afectan a todas (o a la mayoría) de las universidades y su modelo
de gobierno:
-
Dificultad para definir una estrategia específica
y distintiva (misión básica, líneas, objetivos,
actuaciones). La composición electiva y estamental de los órganos
de gobierno –integrados por muchas personas sin vocación ni formación
directiva- hace que sea muy costosa y, a veces, imposible la determinación
de estrategias y prioridades.
Si establecer prioridades significa proporcionar
ventajas a unos objetivos y reducir o eliminar la ayuda de otros, los órganos
de gobierno –electivos, tripartitos y estamentales- están poco preparados
y poco dispuestos para esta tarea. Más bien se inclinarán
por adoptar líneas continuistas y de preservación del "status
quo", a menudo más en función de los intereses estamentales
que de los intereses sociales en general. Las innovaciones son generalmente
obstaculizadas por la oposición que pueden ejercer coaliciones negativas
de intereses. En estos órganos hay más capacidad de frenar
o vetar la renovación, que no de impulsarla.
-
Dificultad para aplicar efectivamente la estrategia
definida. Si una institución consigue, con un elevado coste,
la definición de una estrategia a medio plazo, el sistema actual
de gobierno universitario no facilita la coherencia en su implantación,
ni su continuidad. No facilita su implantación coherente cuando
se trata de asignar recursos, estableciendo las correspondientes políticas
de personal, de inversiones, presupuestarias, de admisiones, etc. Es cierto
que, a veces, lo impide el marco legal, pero más a menudo lo impide
y dificulta, también, el carácter "amateur", electivo y estamental
de los órganos directivos.
-
Dificultad para evaluar los resultados de la estrategia
definida y para introducir correcciones. Las mismas razones anteriores
hacen muy costosa la tarea de revisar y adaptar los eventuales planes de
acción, a la vista de los resultados obtenidos. A pesar de la progresiva
introducción de mecanismos de evaluación (a veces sin haber
definido previamente los objetivos de referencia), sigue faltando el instrumento
de gobierno efectivo para tomar las medidas correctoras que se consideren
convenientes para hacerlas cumplir por los operadores directos (profesorado,
estudiantes, PAS).
-
Dificultad para adoptar políticas de respuesta
a la crisis. Estas dificultades se hacen particularmente evidentes
cuando se trata de aplicar políticas de "reconversión" en
períodos de crisis o de cambio. Cuando las circunstancias –económicas,
demográficas, tecnológicas, etc.- exigen cambios más
radicales, equivalentes a veces, a una "reconversión" de la institución,
la universidad está mal equipada para llevar a cabo por sí
misma esta tarea. Si no cambia o reacciona, la crisis se intensifica por
falta de capacidad de respuesta y la institución va perdiendo legitimidad
social, en una especie de círculo vicioso.
-
Deficiente interrelación con el entorno.
Todas estas dificultades repercuten también a menudo en la comunicación
y relación de la institución universitaria con sus interlocutores
externos o "stakeholders": organismos financieros (públicos y privados),
proveedores, usuarios/clientes, medios de comunicación...La percepción
externa de las universidades públicas es, incluso, peor de lo que
merecerían, debido a algunos síntomas de falta de reacción
a las demandas externas, de fragmentación de objetivos o de un cierto
"egoísmo" corporativo que dejan entrever. Esto debilita su posición
negociadora con estos indispensables interlocutores externos a la universidad.
-
Disgregación y descontrol de iniciativas innovadoras.
Una forma de responder a las demandas de cambio ha sido en los últimos
años la constitución de entidades periféricas o organismos
"ad hoc" (fundaciones, centros de transferencia de tecnología, escuelas
de postgrado, institutos adscritos...). Con esta vía se pretende
esquivar las dificultades del gobierno universitario ordinario. El éxito
–más o menos importante- de estas operaciones ha tenido, con todo,
un efecto muy positivo: hay dificultades para dirigir y orientar a estas
entidades periféricas sobre las que el gobierno formal de la universidad
acaba teniendo poca capacidad de incidencia.
Propuestas de reforma
Si este diagnostico es correcto –como mínimo
en sus líneas generales- las propuestas de reforma deberían
consistir en:
-
Atribuir claramente la capacidad estratégica
(definir
las grandes líneas a medio y largo plazo y, en definitiva, el perfil
y misión de la institución) a un órgano colectivo
con mayoría de representación social y no de mayoría
política o universitaria. El embrión seria el actual
"Consejo Social", más reducido y con una composición corregida.
Este órgano tendría también la función exclusiva
de aprobación de planes plurianuales, contratos-programa y presupuestos
anuales, a demás de una función explicativa delante de la
sociedad.
-
Atribuir la capacidad de aplicación y aceptación
de la estrategia definida a un órgano unipersonal –el Rector
actual-, designado por un "Consejo Social" reformado, como el mencionado
en el apartado anterior. Así, este Rector podría protegerse
contra excesivas hipotecas "estamentales" y tendría garantizada
más independencia en la aplicación de la estrategia institucional.
El Rector contaría con la asistencia de un Gerente profesional,
como órgano técnico designado por el Consejo Social a proposición
del propio Rector.
-
Extender esta capacidad ejecutiva unipersonal a las
unidades periféricas de la universidad (facultades, departamentos,
otros), reforzando la posición de los decanos, directores de departamento,
etc. con más incentivos, más autoridad y períodos
más largos de gestión.
-
Otorgar a una Junta de Decanos –que substituiría
la actual Junta de gobierno- una función ejecutiva en cuestiones
académicas, y una función consultiva en la definición
de estrategias generales.
-
Constituir un órgano representativo de los
intereses de los usuarios (estudiantes, empresas, administraciones-clientes,
etc.) con funciones consultivas en las materias que les afecten.
III. Estrategias de reforma delante
de las nuevas funciones y el modelo de gobierno
Es muy improbable –si no es a largo plazo- la autoreforma
de los Estatutos actuales por parte de los mismos Claustros universitarios.
El procedimiento actual de reforma es muy complejo y la facilidad para
constituir mayorías de obstrucción impide una renovación
a fondo del sistema. De todas formas, tampoco es recomendable legislar
de forma general –ya sea desde el Parlamento catalán o desde el
Parlamento español- en todas las universidades. Esta es la equivocación
tradicional de las culturas latinas, que todo lo quieren resolver con grandes
reformas legales que después sólo se cumplen muy parcialmente.
Por tanto, una vía alternativa sería
explorar la posibilidad de dictar una norma "de exención" de la
actual normativa, para aquellas universidades que estuviesen de acuerdo
en negociar con la administración de tutela, la puesta en marcha
experimental de un sistema de gobierno inspirado en las propuestas
de reforma mencionadas en el apartado anterior.
Esta negociación debería incorporar
incentivos positivos de importancia, para estimular la disponibilidad de
las universidades a aceptar este cambio experimental o, en otros términos,
para encontrar complicidades internas y superar resistencias. Únicamente
si el experimento funcionase positivamente durante un período determinado
y después de establecer las correcciones oportunas, se podría
pensar en legislar para todo el sistema universitario público en
conjunto.
Conviene añadir una observación que
afecta la fuerte normatización de la vida universitaria. Una característica
de la organización universitaria es el estatuto funcionarial
del profesorado (y de buena parte del PAS). Debemos plantearnos si no es
necesaria una revisión de esta característica paralela
a la reforma del sistema de gobierno, para dar más contenido a las
funciones que tiene delante. De no hacerlo, se corre el riesgo de que la
reforma quede nuevamente desfigurada si el estatuto de funcionario del
profesorado –concebido en principio como una protección de su libertad
científica- es utilizado como un instrumento de resistencia a la
adaptación de la institución a las nuevas necesidades sociales.
IV. Conclusión
La educación superior ha de seguir siendo
una prioridad de las políticas públicas ya que es un elemento
básico de competitividad. Por eso es necesario que los representantes
políticos y la sociedad tengan un mejor conocimiento del mundo universitario
y de sus posibilidades de suministrar una oferta de cualidad. Estas consideraciones
nos llevan a plantear la necesidad de trabajar con un sistema de universidades,
antes que con la suma de las mismas. Se trata de trabajar con criterios
de reestructuración de las actuales organizaciones que nos permitan
adecuarlas continuamente a los cambios que nos rodean. Es necesario
introducir flexibilidad en las organizaciones universitarias, desnormatizar
la vida académica y apostar por un nuevo sistema de gobierno.
No podemos dejar pasar la oportunidad que tenemos
delante y hemos de apostar fuertemente por estas funciones y por un modelo
de gobierno más flexible y adaptable. Pero hemos de valorar
adecuadamente las estrategias de reforma y las situaciones que se generan
a consecuencia de la autonomía universitaria. Hay que prever el
coste de la reforma y establecer los mecanismos e incentivos para la transición.
La sociedad y el mundo universitario pueden estar
dispuestos a soportar esfuerzos si se plantean adecuadamente las contrapartidas.
Hay
mucho que hacer y debe plantearse con imaginación y voluntad social
el hecho de que estas propuestas se lleven a cabo.