Sin querer olvidar los problemas más importantes (Irak Pinochet, Euskadi, la hambruna, los terrorismos de estado, el racismo, la xenofobia, la pobreza, la doble moral, las dictaduras fascistas, los simulacros democráticos, la cárcel, el paro... ) hoy quiero hablar de algo quizás más "pueril".

Las palabras menores no siempre son inocentes. Entonces, hoy, me pongo a ejercer un poco la autocrítica, me visto los pantalones a cuadros, me despierto con el pie izquierdo y empiezo a reflexionar, desde un punto de vista femenino - es decir, humano- sobre el significado de esta sección del Mundo Obrero y, por extensión de todos los espacios reservados a la mujer con un sello de exclusividad.

Porque tengo la sensación de una amarga victoria, de un primer paso que se da a medias, como si estas páginas fueran el lavado de conciencia de un olvido sistemático y, de pronto, se nos hiciera sentir la premura de la discriminación positiva.

Sin embargo, la discriminación positiva - en estos momentos, aún una urgencia- no tiene nada nada que ver con el guetto.

La mujer ha de estar presente en los órganos de decisión políticos, en los medios de difusión cultural en las asambleas y en los congresos, mestiza, integrada, combativa, lúcida, igual que está presente en los puestos de trabajo, en los mercados, en las plazas y en los abominables cursos de formación del INEM ( una mujer está deprimida porque no encuentra trabajo y el INEM le impone, como placebo, un curso de autoestima en lugar de proporcionarle un trabajo que la aleje, definitivamente de los anxiolíticos; algunas mujeres colapsan los servicios de urgencias de los hospitales psiquiátricos porque, en sus casas, los hijos, el marido, los nietos las llaman histéricas mientras ellas acaban de hacer las camas tienen la sartén preparada en la cocina para freír las patatas y unos huevos).

La mujer habita la vida, igual que los hombres.

No se trata de darnos cancha como a un animal diferente, con un mundo propio y asilado de bodoques y de manzanas olorosas dentro de los cajones de la ropa blanca, en una sección que es una extraña sala de estar en la que se nos permite hablar de cualquier cosa como forma de peculializar, aglutinar, parcelar y tal vez contentar al punto de vista femenino.

De lo que se trata, más bien, es de respetar ese punto de vista desde la integración en la totalidad sin corralitos que establezcan la diferencia en función del agrupamiento genérico.

Los hombres, en principio, no tienen problemas derivados de su aparato reproductor, de sus condiciones físicas, de su papel a lo largo de la historia.

Las mujeres sí que tiene problemas específicos y los problemas de las mujeres no son sólo de las mujeres, también lo son de los hombres.

Como es un problema de todos el imperialismo o la violencia policial.

Hoy, desde mi atalaya autocrítica, me siento como un urogallo de bella pluma dentro de mi alambrada, un animal observado por miembros de otra especie que dominan un territorio que también debería ser mío más allá de mi género.

Compadecida en una atmósfera de cierto respeto.

Pero lo que más me preocupa es que estas iniciativas puedan contentarnos a nosotras porque ¿qué visión del mundo prevalece debajo de este arrebato de buenas voluntades?

Comisiones Obreras en la Universidad Politécnica de Valencia


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